El Regalo. 

(Julio Botella, 2.022)

 

            El boomer se asomaba a cada nuevo año como un náufrago a la orilla, como el que soñando salta al vacío confiando en hacer pie en un mundo mejor. Actualizaba en el word la fecha de la carta tecleada hace ya tanto, salvando las mismas promesas y ruegos, pidiendo que esta no fuese su vida, mintiendo sobre portarse bien. Pero este año sí, los Reyes, en el descuento, se lo concedieron: el superpoder de la Fuerza de Voluntad para emplearse a fondo y frenar su caída. Los Reyes, o el nuevo tratamiento con sertralina.

 

            Lo que es la vida. Que te saquen del paro para currar en un colegio y que el mismísimo primer día te pidan por favor por favor que hagas de Melchor, el Rey viejo, a los pequeños. Y que, como siempre, no sepas decir que no. ¿No hay que salir de la zona de confort? Y el colegio con un frío que pela, las ventanas abiertas, los abrigos de los que aún no están confinados, por el suelo, las carreras por el pasillo y el olor a desinfectante y humanidad de baños a escalera. 

            Mañana pasamos a modo "on-line".

                        Está la cosa muy mal.

                                   Súbete la mascarilla. 

                                               ¿Controlas las herramientas telemáticas, verdad? 

            Pero entonces, durante el performance de guitarra, palmas y caramelos, ya disfrazado, entre un Gaspar que podía ser tu hijo y un Baltasar coronado de rastas que te recoge el gel hidroalcohólico cada vez que se te cae, con los ropajes picándote por el omóplato que no alcanzas, la corona soltándose de las horquillas de la peluca y la barba sintética enganchándose a la FPP2-NR, entonces, esa mirada. Admirada, temerosa, reverencial, entregada. Inmensa. Del pastorcillo, el spiderman y la refugiada, de los gemelos del arquitecto, los elfos y el del Atleti. De la princesa que ya no llora por no llevar disfraz. Ese gran ojo múltiple regalándote lo que no te habían regalado nunca, mirándote como no te había mirado nadie, ni tus hijos, ni tu exmujer, ni tu perro. Tanto oro, tanto, que un escalofrío te recorre el cuerpo. 

            ¿Te has portado bien?

                        ¿Has escrito la carta? 

                                   Toma un dulce.

 

            Dentro de unos días sedarán a Melchor antes de intubarle e inducirle el coma. Con la mezcla de olor a roscón y alcohol de 96˚, le llegarán los cascabelillos de la radio del Control de Urgencias, que no estará bien apagada. Oro, incienso y mirra ¿que coño es la mirra? se preguntará la enfermera, pobre hombre, sin fuelle pero intentando hablar, aunque sea con la mirada. ¿Y el precio de la luz?, que es en lo que pensará la supervisora mientras se las ve para poder acomodar tantos ingresos repentinos de esta nueva ola. Los pobres son siempre más y más pobres y los ricos siempre serán más ricos. Y los pobres se mueren más, y antes que los ricos, pensará. Un auxiliar liará un cigarro culpable donde los contenedores de residuos, a la entrada del parking, y lo encenderá soplando el humo a las estrellas sin recordar porqué se porta tan mal consigo mismo ni saber porqué se le viene ese pensamiento ahora, entre like y like. La enfermera acabará y entre el barullo cederá el turno a anestesiología ignorando que a Melchor le da igual, que se ocupen de otro, que él emprende el viaje de regreso con su oro, toda una vida para encontrarlo. Se marchará disuelto en el micro brillo de las gotículas que superen las puertas automáticas, siguiendo la estela del humo del cigarro hacia el gran ojo de estrellas.

Comentarios